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El virgen de hierro

La noche ya era cerrada cuando alguien llamó a la puerta. Era extraño. Por entonces todos los componentes del equipo debían estar dormidos. Tan sólo contaban con un par de horas para abrazar a Morfeo. El partido había terminado tarde y a primera hora tendrían que coger un vuelo a Los Ángeles. A.C. Green dejó el libro en la mesilla, se puso las zapatillas y abrió la puerta. Al otro lado estaba una escultural mujer. Guapa, rubia, de ojos penetrantes y labios lascivos. Era esbelta y sus pechos se abrían paso con fuerza entre las ranuras de un vestido transparente. “Hola, guapo”, le dijo, mientras su lengua circulaba entre sus labios. Sorprendido y halagado, A.C. le devolvió la sonrisa mientras decía:

“No degradarás a tu hija haciendo que se prostituya, para que la tierra no se entregue a la prostitución ni se llene de corrupción”. Levítico 19:29.

NBA: A.C. Green: vuelve la historia del 'virgen de hierro' de la NBA -  AS.com
A.C. Green

En un mundo rebosante de testosterona y adrenalina, A.C. Green era como una fuerza exotérica que cabalgaba en contra de todo lo conocido. Durante los primeros seis meses de su primera temporada en la NBA, Green fue asaltado en numerosas ocasiones por mujeres de todo tipo que intentaron hacerle caer en la tentación. Para todas ellas tenía la misma respuesta. Una sonrisa agradable y un versículo de la Biblia. Al cabo de ese primer año sus compañeros de los Lakers lo dieron por imposible. Nadie se tragaba lo de su virginidad, pero los hechos corroboraban su franqueza moral. A.C. Green era irreductible.

Su caso fue único y diría que hasta patológico en la NBA. Y mucho más en los 80. Es la década de la cocaína, de la música glam de marcado carácter sexual y del capitalismo yuppie a gran escala. En una época donde las mieles de lo prohibido eran pan de cada día, pocos lugares gozaban de tan promiscuidad como el vestuario de Los Ángeles Lakers. Aparte de enamorar con sus triunfos, aquel equipo también se ganó una fama en las madrugadas californianas. El líder, de día y de noche, era Magic Johnson. Célebres eran las entrevistas de Magic tras una reunión en la sauna con alguna animadora de los Lakers y más apoteósicas aún fueron sus visitas a la sala ‘Bagdad’ de Barcelona durante los Juegos Olímpicos. Y es que el bueno de Magic demostró fehacientemente que el sida no era solo cosa de homosexuales.

En aquel equipo, y en aquellos años, aterrizó el bueno de A.C (Amanda y Chester eran sus abuelos paternos, de ahí su nombre) Green. La realidad es que el muchacho fue criado en un ambiente no muy diferente al de la mayoría de los niños de su entorno. Más allá de las rarezas de papá y mamá con el nombre, su infancia no tuvo nada de especial, hasta que en algún momento dado de la adolescencia Green escuchó un sermón dominical que hablaba del cielo y del infierno. Tal fue el impacto de las palabras del sacerdote que A.C. lo tuvo claro. No cataría mujer hasta el día en que pasase por la vicaría. Si eso era lo que el cristianismo pedía, él lo cumpliría.

Aquella fue la primera promesa de Green. Tras graduarse en un instituto cristiano fue a la universidad donde, además de licenciarse, se consagró como uno de los mejores ala-pívots del país. Por entonces se le diagnosticó un hipo de tipo crónico que le afectaba día y noche y que solo era capaz de controlar cuando realizaba alguna actividad deportiva. Apenas dormía un par de horas al día. Era joven y podía haber hecho todo tipo de cosas. Permitidas y prohibidas. A.C. Green decidió centrarse en las consentidas. Su vida eran los estudios y el deporte. Y era como un roble. Jamás se perdió una clase y jamás se perdió un partido.

Esa irremediable sensación de estar siempre en plena forma y jugar todos y cada uno de los partidos como si la vida le fuese en ello, convertiría a A.C. Green en una leyenda de la NBA. Tan sólo en su segunda temporada tuvo que ausentarse durante tres encuentros. ‘Iron Man’ (el hombre de hierro) saltó a una cancha de la NBA un 19 de noviembre de 1986 y se mantuvo en ella hasta el 18 de abril de 2001. Fueron un total de 1.192 partidos consecutivos sin interrupciones, una barbaridad de difícil repetición. No se le conoce lesión. Tan sólo la pérdida de un par de dientes tras un choque. Por descontado, eso no le impidió seguir jugando.

Evidentemente las bromas y las ofensas fueron el pan de cada día para el bueno de Green. Además de la aparición de despampanantes mujeres en la puerta de su habitación, en otras ocasiones eran hombres los que eran contratados por sus compañeros. Y visto que ni carne ni pescado, también se intentó con travestis. Dicen que en cierta ocasión Magic Johnson le invitó a pasar la tarde en su casa. Magic cerró con llave y desapareció por la puerta de atrás dejando al bueno de Green con media docena de supermodelos desnudas deambulando por la mansión.

No se sabe si A.C. Green rompió una ventana, la puerta o si simplemente se encerró en el baño esperando que alguien lo rescatase.

Su ascetismo era tal que tampoco fumaba ni bebía alcohol. Cuando el champán corría por los vestuarios de los Lakers tras la consecución de un anillo, Green desaparecía de la escena negándose a rociar de champaña a sus compañeros. Las apuestas entre los jugadores de la NBA sobre cuando perdería la virginidad alcanzaron los miles de dólares. Los rivales le tentaban en los partidos con tal amiga o tal conocida e ingentes sumas de dinero, pero, el caso, es que Green se mantuvo incólume.

Más allá de todo eso A.C. Green era un jugador soberbio. Era el pegamento de los Lakers. El obrero que ponía el sudor para que los dóciles movimientos de Kareem Abdul-Jabbar bajo el aro funcionasen, el que ponía bloqueos ofensivos para que Worthy penetrase o el que acudía al rescate de Magic en una ayuda defensiva para que el genio de los Lakers descansase.

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Magic, Scott, Worthy, Green y Abdul-Jabbar

Llegó a ser ‘All-Star’ en 1990 y fue un jugador básico en los Lakers durante cerca de una década. Mientras sus cualidades baloncestísticas crecían, las burlas y los insultos decrecían. De vez en cuando acudía a platós televisivos y, en uno de ellos, en el programa de la celebérrima Oprah, tuvo ocasión de exponer su concepto de la vida. Criticó a sus compañeros por pensar únicamente en lo material, confesó que muchas mujeres se le abalanzaban y reflexionó sobre el uso de los condones entre la juventud, cuando en su opinión lo mejor era no practicar sexo hasta el matrimonio.

El caso es que su estilo de vida dio óptimos resultados en la cancha. Se fue cuando quiso, porque daba la sensación de poder seguir jugando eternamente. Ganó tres títulos con los Lakers, dos a finales de los 80 con Magic y un último en el año 2000 pasados los 35 años y como titular en un equipo comandado por Shaquille O’Neal y Kobe Bryant. Su récord de 1192 partidos es impresionante y más sabiendo que su fortaleza mental era proporcional a la fiereza con la que se exponía debajo del aro.

Se retiró el 18 de abril de 2001. Y el 20 de abril de 2002, prácticamente un año después de su retirada, contraía matrimonio con Veronique, su novia de toda la vida.

Tenía entonces 37 años.

Ya sé. Sé cuál es la pregunta que os está atormentando. Si había que casarse para poder fornicar; ¿por qué esperó hasta los 37 para pasar por la vicaría? El propio A.C. contesta a vuestra pregunta: “En estos tiempos el sexo es el alfa y omega de todo. Soy virgen porque Dios me lo designó y por el gran respeto que tengo a mi cuerpo y también a mi cerebro. En estos años me he encontrado con tentaciones y situaciones complicadas en las que he tenido que poner a prueba mi fortaleza mental de jugador profesional”.

Mientras A.C. Green jugase al baloncesto el matrimonio no tendría lugar. Y si no hay matrimonio, no hay lugar para el sexo.

The NBA's 38-Year-Old Virgin: A.C. Green, the Iron Man with the Iron Will
Se mira, pero no se toca

“Es mejor que el hombre no toque a ninguna mujer. Sin embargo, en vista de que la inmoralidad sexual es tan común, que cada hombre tenga su propia esposa y que cada mujer tenga su propio esposo. La esposa no es quien tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo. Del mismo modo, el esposo no es quien tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa. No se priven el uno del otro, a menos que los dos estén de acuerdo y que sea por un tiempo fijado para dedicarse a orar y luego volver a estar juntos. Así Satanás no podrá tentarlos por su falta de autocontrol. Ahora bien, les digo esto como una concesión, no como un mandato. Con todo, me gustaría que todos los hombres fueran como yo. Sin embargo, cada uno recibe de Dios su propio don; unos de una manera y otros de otra”. San Pablo a los Corintios 7:1-7.

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