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Halina Konopacka

Leonarda Kazimiera Konopacka-Matuszewska-Szczerbińska nació en 1900 en una pequeña villa del interior de Polonia. Era de familia bien. De ahí su retahíla de apellidos. Eso le permitió que, aun siendo mujer, practicase hípica, natación, patinaje y tenis. Halina, como era conocida, era alta, medía 180 centímetros y tenía la piel morena y los ojos marrones, dado que su padre era tártaro. No era una valkiria polaca, sino que asemejaba ser de otras latitudes. Sorteada la I Guerra Mundial sin mayores problemas para su familia, al acabar la contienda inició sus estudios universitarios en Varsovia donde se aficionó al atletismo, especializándose en lanzamiento de disco. En 1927 estableció el récord del mundo de la especialidad. Con todo practicó distintas disciplinas sumando en su carrera 27 récords nacionales diferentes.

Con esa carta de presentación Halina Konopacka acudió a los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928 donde lograría la medalla de oro con un nuevo récord del mundo. Lo mantendría durante cuatro años y nunca jamás sería batida en una competición de disco. Competía siempre con una boina roja muy llamativa y su mezcla de rasgos fasciales, que la hacían sumamente atractiva, le acabaron de dar el apodo de Miss Olimpia. Fue recibida con honores en Polonia, donde fue la primera campeona olímpica del país, antes de retirarse para dedicarse a su marido y a su familia tal y como establecía la sociedad de la época.

Contrajo matrimonio como Ignacy Matuszewski, diplomático, coronel del ejército y ministro de Hacienda en hasta cinco gobiernos polacos diferentes. Con todo, Halina era de todo menos una ama de casa al uso. Y ni su marido pretendía que lo fuese ni lo hubiese conseguido de haberlo deseado. Halina Konopacka siguió practicando deporte. Esquí y tenis, además de escribir artículos deportivos en prensa. Fue invitada de honor en los Juegos Olímpicos de 1936, tanto en su versión invernal como en la veraniega, y en 1938 pasó a formar parte del Comité Olímpico Polaco.

Konopacka hablaba cuatro idiomas diferentes y escribía como los ángeles. Se licenció en filosofía y publicó varios poemarios, especializándose en temas amorosos y en la relación entre iguales del hombre y la mujer.

Halina

Con esto bastaría para una interesante biografía. Bella, erudita, culta y todo en un cuerpo de 1’80 que se movía con gracilidad.

Pero aún hay más.

Cuando Hitler ocupó Praga en marzo de 1939 Ignacy Matuszewski ideó un plan. Consciente que más pronto que tarde los nazis invadirían Polonia, consideró oportuno trasladar las reservas de oro polacas al extranjero. Para llevar a cabo su plan Matuszewski contó con su mujer. Ambos harían viajes en coche aparentando desplazamientos de ocio en pareja para no levantar sospechas. Así movieron el dinero en dirección a Rumanía. Ocurre que la escalada bélica aumentaba por momentos y no estaba claro que el plan pudiese finalizarse antes de que la II Guerra Mundial estallase. Fue entonces cuando Halina dio un paso más y decidió hacerse conductora de autobuses para poder mover una cantidad elevada de lingotes de un lugar a otro.

Llegó septiembre. Y comenzó la contienda.

En cuarenta días el ejército alemán habrá conquistado Polonia. Fueron cuarenta días de viajes interminables. Halina condujo autobuses sin descanso que pilotaba por la noche para evitar los ataques aéreos de la Luftwaffe. De día se ocultaba en bosques o granjas a la espera de un momento de calma. Los alemanes eran conocedores de la salida de las reservas de oro del país y la perseguían, pero Halina y otros valientes compatriotas polacos fueron capaces de llegar a Ucrania a través de Rumanía, descargar allí unas 75 toneladas de oro y transferirlas desde aguas del Mar Negro a barcos británicos. No habían acabado en esa travesía los peligros, pues se encontraban en sus aguas submarinos alemanes que tuvieron que esquivar. Así, llegaron a Estambul, de allí hasta Beirut, donde descargarían el oro en barcos franceses que arribaron al puerto de Marsella.

Ese oro serviría para aportar recursos al gobierno polaco en el exilio. Cuando Francia fue a su vez invadida por los alemanes, el oro se trasladaría a Gran Bretaña.

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Tras lograr el objetivo, y con media Europa ocupada por las fuerzas alemanas, Halina Konopacka y su marido tuvieron que marchar rumbo al exilio. Con un patrimonio considerable y una vasta red de contactos pudieron sobornar a unos cuantos nazis, lo que les permitió librarse del cadalso. Y con todo no fue fácil salir de Polonia. Viajaron por tren y carretera escondidos cruzando Francia hasta llegar a España. Una vez en Madrid lograron esquivar a varios espías nazis antes de establecerse en Lisboa, en donde cogieron un barco rumbo a Brasil. Ya más tranquilos, el matrimonio puso rumbo a Nueva York donde Halina quedaría viuda al poco de llegar debido a un infarto que segó la vida de su marido.

Konopacka y Matuszewski (p,plano)

Era 1946. La II Guerra Mundial había finalizado. Polonia mantenía su independencia, pero bajo un gobierno comunista títere de la Unión Soviética. Halina volvió a casarse, en este caso con un ex tenista, pero de nuevo enviudó. Como no podía ser de otro modo, Halina no quiso quedarse en casa a llorar sus penas.

Abrió una tienda de ropa y se lanzó como diseñadora. Se mudó a Florida y decidió estudiar Bellas Artes con 60 años. Se especializó en cuadros con motivos florales. Aprendió a tocar el piano y la guitarra y comenzó a pilotar coches de rallye. Alguien dijo de ella que era una mujer del Renacimiento. Y lo era. De verdad que lo era.

Únicamente volvió a Polonia en tres ocasiones. Todas bajo el régimen comunista. Falleció en enero de 1989, apenas un año antes de que la democracia volviese a su país. Sus cenizas serían trasladadas a Varsovia y se le daría la Cruz de Plata al Mérito de forma póstuma.

“Polonia es como un tablero de ajedrez en el que unos juegan al ajedrez y otros a las damas. Nadie puede ganar, pero sí todos decir; he ganado”. Lech Walesa, presidente de Polonia (1990-1995).

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