El nacimiento del Caníbal (1ª parte)
Si Eddy Merckx ha pasado a la historia como el más grande de una forma rotunda e indiscutible que no tiene parangón en prácticamente cualquier deporte, lo es, además de por sus victorias, porque su imagen está asociada a un clima dantesco. Pocos deportes como el ciclismo están tan condicionados por la climatología. Ninguno cuenta con sus continuos destellos de épica.
Muchas de las hazañas de Merckx ocurrieron empapadas de lluvia o bañadas de nieve. Era su comportamiento sobrehumano en esas condiciones lo que lo hacía parecer inmortal. Merckx era conocido por sus descensos a tumba abierta en los que se quitaba el impermeable mientras sus rivales tiritaban. Además, a diferencia de las estrellas contemporáneas, Merckx no centraba su calendario en el verano, competía a pleno rendimiento durante todas las estaciones. Muchas de sus victorias ocurrieron al inicio de la primavera, en otoño y hasta en invierno. Son menos las imágenes en movimiento pero innumerables las fotografías de Merckx golpeado por el granizo, sin guantes en medio de la nieve o esperando al coche de equipo bajo una espesa lluvia sin calentadores ni cubre botas.
Uno de esos días, durante el Giro de 1968, Merckx puso las bases de un dominio físico y psicológico que acabó con sus rivales durante cerca de una década. Aquella jornada lluviosa, fría y nevada, en el que la hipotermia llevaría el cuerpo y la mente al límite, el Giro terminaba en las Tres Cimas de Lavaredo, una fastuosa ascensión que finaliza a 2.300 metros de altitud. Allí, besando el cielo, emergen imperiales tres rocas que como tres dedos esperan al visitante antes de cruzar los Dolomitas y dejar Italia para invadir Austria.
Hasta entonces el joven Merckx se había centrado en las clásicas y en las carreras de una semana. Como buen belga era un enamorado de las pruebas de un día donde atacaba sin piedad, sin contener las fuerzas y amasaba un desarrollo brutal para dejar atrás a sus rivales. Con una capacidad de sacrificio inusual, una pedalada excepcional para el llano y un pico de velocidad más que aceptable, dichas carreras parecían ideales para Merckx. Pero en 1968 Eddy fichó por el Faema, un equipo patrocinado por una casa de pequeños electrodomésticos italianos. La orden fue clara; había que correr el Giro de Italia. Tocaba probarse en una carrera de tres semanas.
La etapa de Lavaredo era la 12º del Giro. Lideraba Michelle Dancelli, que no contaba para la general, y los favoritos estaban a unos dos minutos de distancia. Éstos eran Merckx, el español Julio Jiménez y los dos últimos vencedores del Giro, los italianos Gianni Motta y Felice Gimondi, el cual era, con diferencia, la ‘prima donna’ de la carrera ya que contaba en su palmarés con Tour, Giro y Vuelta.
Llovió desde la salida, agua que con la altura se transformaba en nieve. Era un ‘tappone’. A falta de la ascensión final un grupo de seis escapados tenía nueve minutos de ventaja sobre el pelotón. Fue entonces cuando Merckx tiró de desarrollo y desoyendo los consejos de su director de equipo atacó a pie de puerto. La sacudida fue colosal y tan sólo Gimondi aguantó durante escasos 400 metros semejante desarrollo.
Lo que los contemporáneos cuentan de lo que allí sucedió quedó para la historia del ciclismo. Merckx fue abriéndose camino bajo el aguanieve machacando uno a uno a todos los ciclistas de la escapada. En los apenas siete kilómetros que dura la ascensión consiguió enjuagar una renta de nueve minutos. Algo sanguinario. La imagen de Merckx de manga corta, y apenas visible bajo los copos de nieve, mientras el público aguarda en las cunetas con gorros, impermeables y gruesos guantes, queda para la posteridad. Merckx cruzó la línea de meta y cayó redondo antes de que varias personas acudiesen a taparlo con una manta.
Motta y Jiménez se dejaron cuatro minutos y Gimondi, desfondado, llegó a casi seis. Eran diferencias inconcebibles para tan escaso kilometraje. “Coppi ha resucitado”, escribiría la prensa italiana al día siguiente. Fue el primer triunfo de un belga en el Giro y la confirmación y la comprensión de que Eddy Merckx podría correr una prueba de tres semanas. En Lavaredo Merckx perdió el miedo a las montañas. Se dio cuenta de que, si bien no era un as en las ascensiones, si conseguía poner tierra de por medio ningún otro ciclista era capaz de mantener su ritmo durante tanto tiempo. Como Hinault o como Induráin (aunque éste nunca lo puso en práctica en las clásicas) aprendió que el esfuerzo de neutralizar a un escalador en una montaña no era mucho mayor que el que tenía que afrontar en el llano. Todo consistía en poner un ritmo brutal y nadie podría atraparlo.
—SAVONA AFFAIRE—
Tras la victoria del año anterior, Eddy Merckx repitió exhibición en el Giro de 1969. A la altura de la 15ª etapa Merckx contaba con dos minutos de ventaja sobre Gimondi y sumaba cuatro etapas en el zurrón. Pocos dudaban de la victoria del belga.
Fue entonces cuando, en una etapa intrascendente en Savona, el director del Giro y un par de periodistas de la RAI entraron en su habitación sin previo aviso.
Había dado positivo en fencafamina. Así, a quemarropa. Sin paños calientes. Y la televisión lo estaba dando en riguroso directo.
La humillación fue total. El golpe sistémico.
La fencafamina un estimulante que podía comprarse en cualquier farmacia, pero que acababa de ser prohibido en el deporte profesional. Un par de años antes Tom Simpson había caído al suelo mientras ascendía el Mont Ventoux durante el Tour de Francia falleciendo en el acto. De su bolsillo se desprendió un bote con anfetaminas y lo que todos sabían se convirtió en realidad. Fue el inicio de unos muy rudimentarios controles antidopaje.
El positivo de Merckx, que pasaría a ser conocido como ‘Savona affaire’, sigue siendo uno de los grandes misterios del ciclismo. Para empezar no se hizo contraanálisis alguno. El bote con la segunda muestra de orina se perdió misteriosamente en el mismo instante en el que la prensa salió de la habitación de Merckx. Por otro lado, el sistema de detención no estaba homologado. Estamos en 1969. Las muestras tendrían que haber sido analizadas en un laboratorio de Roma, el único capacitado. En su lugar se hacía en un laboratorio móvil instalado en la comisaría de policía de cada pueblo sin ningún toxicólogo que diese fe de que el tubo no hubiese sido manipulado. Por último, Merckx jamás fue avisado tal y como indican los protocolos y la irrupción en su habitación fue tan humillante como kafkiana.
Y lo más interesante. En el Giro del año anterior hasta 10 ciclistas habían dado positivo por fencafamina, incluido Felice Gimondi. Todos eran italianos. Los resultados de los controles fueron anunciados después del Giro y no hubo sanción alguna. Repito, estamos en los años 60. Aquello era lo que movía a Merckx, y a buena parte del ciclismo internacional, a pensar en la conspiración. Por entonces el Tour era más abierto, pero tanto el Giro como la Vuelta eran carreras muy cerradas y ajenas a ciclistas extranjeros. Para los conspiracionistas estaba claro que el director del Giro no quería a Merckx por segunda vez subido al primer puesto del pódium.
La tormenta mediática fue enorme y los abucheos a Gimondi en el pódium superaron a los aplausos, incluso entre los propios italianos. Aún hoy no está claro si Merckx se dopó o no. Que el proceso estuvo lleno de irregularidades es evidente, pero eso no justifica el positivo. Lo cierto es que nunca antes y nunca después Merckx volvió a dar positivo.
Merckx fue expulsado del Giro y se le acarreó una sanción de un mes sin competir. La pena que a ojos actuales se entorna ridícula era durísima para los cánones de 1969. No era tanto el hecho de no competir sino la culpabilidad. La sanción implicaba culpabilidad lo cual era deshonra para el ciclista.
La pena finalizaba de forma conveniente el día antes del inicio del Tour de Francia. Iba a ser la primera participación del as belga en la ‘Grande Boucle’.
Si es que Merckx decidía ir al Tour. Bajo un mar de lágrimas Eddy puso pie en tierra y cogió un coche a Savona. De ahí 15 horas de carretera hasta llegar a su casa de Bruselas.
Encerrado en su habitación y sumido en un profundo silencio decide no volver a montarse en bicicleta.
Nunca jamás.
¿Cambiará de idea Eddy Merckx y se animará a correr el Tour de Francia?
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