El equipo más aborrecido de todos los tiempos
Hay equipos que son queridos y otro que son aborrecidos. Lo son por varios motivos. La razón más primitiva para querer es el amor irracional inculcado desde la inocencia de la niñez. La razón más primitiva para aborrecer es el odio irracional inculcado desde la inocencia de la niñez. Pero hay muchos más motivos. Puedes recordar con afecto a un jugador, una alineación o a un club porque ganaban siempre o porque jugaban bien. O porque te parecen unos tipos serios y con principios. O porque te parecen gamberros y divertidos. Cuestión de gustos. Las mismas razones valen para odiar. Puedes odiarlos porque ganaban siempre, porque jugaban tan bien que repugnaban de lo perfectos que eran o simplemente porque aburrían a las ovejas. O porque eran caóticos y groseros. Hay un sinfín de gustos y hay un sinfín de razones.
Pero siempre hay uno que se lleva la palma. Que no gusta a nadie. Sólo tienen adeptos entre los suyos y hasta ellos lo hacen a escondidas, avergonzados de tan indigno amor. Existe cierto equipo que grabó su nombre a fuego junto a la realeza mundial del balompié. Ver su nombre en un palmarés o bien te deja incrédulo o bien te da nauseas. ¿En serio?, ¿cómo puede ser que estos tipos ganaran esta copa? Hay un equipo, concretamente una selección nacional, que está en el olimpo del sinsentido de los campeones. Un equipo que es aborrecido por todos los aficionados al fútbol. Por lo menos por aquellos que no son griegos de nacimiento. Hablamos, como no, de la selección griega campeona de la Eurocopa de 2004.
Tres lustros después seguimos sin entender como una selección con jugadores de medio pelo pudo ganar un título continental. Con esa misma base de jugadores Grecia no se llegó a clasificar ni para el Mundial de 2002 ni para el de 2006. Tampoco logró jugar la Eurocopa del año 2000 y para la de 2008, por lo menos, llegó a clasificarse para defender su título aunque, como era de esperar, quedó eliminada en primera ronda.
Pero en 2004 ganaron. Nikopolidis; Seitaridis, Kapsis, Dellas, Fyssas; Giannakopoulos, Zagorakis, Katsouranis, Basinas; Vryzas y Charisteas. El entrenador era el alemán Otto Rehhagel. No busquen estrellas del Barça, Madrid, Bayern, United, Juve o bichos de ese calibre. La mayoría fueron jugadores mediocres. Los más afortunados lograron ser relevantes en ligas de cierta importancia como la holandesa o la portuguesa.
Pero vayamos al inicio. La Eurocopa de 2004 se disputó en Portugal a lo largo y ancho de ocho ciudades. Se inauguraron estadios fastuosos y se remodelaron clásicos como el Da Luz lisboeta, donde se celebró la final. Participaron 16 selecciones en la fase final en las que entraron como sorpresas Letonia y Grecia. Los helenos ya dieron la campanada en la fase de clasificación al pasar como primeros de su grupo, relegando a España a una repesca en la que los ibéricos superaron con claridad a Noruega.
Los favoritos eran los de siempre. Francia defendía título, Alemania era la actual subcampeona mundial, Portugal era la anfitriona y luego estaban Países Bajos o Italia. Como outsider destacaba la República Checa con una generación irrepetible respaldada por Pavel Nedved. Inglaterra tenía más nombre que juego y España era un querer y no poder como de costumbre.
Grecia era candidata a perder todos sus partidos.
En el Grupo A había dos plazas para cuartos a repartir entre los favoritos Portugal y España, la peligrosa Rusia y los descartados de Grecia. Pues bien, en el partido inaugural del campeonato Grecia derrotó a una miedosa Portugal (1-2) aprovechando un gol al poco del inicio y un penalti. Consumada la sorpresa, cuando un remate de Charisteas certifique el empate ante España en el segundo partido (1-1) los helenos estarían ya clasificados para cuartos de final. Con Rusia fuera, España y Portugal se jugaron la última plaza en un fatídico encuentro decantado del lado luso gracias a un derechazo de Nuno Gomes.
Como España estaba acostumbrada a hacer aguachirri, más allá de los Pirineos la sorpresa fue relativa. En cuartos de final Grecia se midió a Francia. Tan sólo aquellos que quisieran tirar el dinero a la basura hubiesen apostado por los helenos. Rehhagel ordenó a sus chicos que se colgasen del larguero, pusiesen dos líneas de cinco jugadores más allá del área grande y a sufrir y a correr. Francia salió como una moto en la primera parte y Zidane, Henry y compañía tuvieron sus oportunidades, pero se estrellaron contra los espartanos. En la segunda parte el cansancio hizo mella y, en un saque de esquina, Charisteas conectó un violento cabezazo y daba el pase a semifinales a los griegos (0-1).
Aquello pasaba a ser una broma pesada. Una broma aburrida y detestable.
En semifinales el rival era la República Checa. Por nombre podría parecer un partido nivelado. Nada más lejos de la realidad. Los checos habían hecho trizas a Países Bajos (3-2) – tras remontar un 0-2 -, Alemania (2-1) y Dinamarca (3-0) con un fútbol primoroso. Todos los aficionados neutrales deseábamos la victoria centroeuropea. Nedved, Rosicky, Poborsky, Baros y Koller eran una máquina perfecta de ataque.
O lo eran hasta que se encontraron con el muro griego. Otra vez la misma táctica usada contra Francia y otra vez el mismo resultado. Los checos salieron en tromba hasta que poco antes del final de la primera parte Pavel Nedved se tuvo que retirar lesionado. Aun así tuvieron un par de ocasiones claras en la segunda mitad, pero el partido acabó con empate sin goles y se tuvo que jugar una prórroga. Fue entonces cuando Grecia, por primera y única vez en todo el torneo, decidió jugar al ataque. Rehhagel dio entrada a Tsartas, el único fantasista griego y habitual suplente. Grecia estiró líneas y la defensa checa (flojísima en comparación al ataque) hizo aguas. Tsartas botó un centro cerrado y el central de la AS Roma Traianos Dellas anotaba de cabeza el gol de la victoria (0-1).
Grecia no sólo se había cargado a una favorita, ahora se cargaba a la cenicienta. De traca. Y es que la República Checa era ese equipo querido, simpático y adorable que esperas que de la sorpresa. La victoria griega era la victoria del débil. Sí. Pero de un débil que vencía de forma sucia, soporífera y vergonzosa. Legítima, pero odiosa.
En la final el fútbol austero griego se volvía a medir a Portugal. Fue una Eurocopa capicúa con partido inaugural y final idéntico. Los lusos eran favoritos. Como no. Jugaban en casa y contaban con la base del FC Porto reciente campeón europeo (Carvalho, Maniche, Deco) y con dos fueras de serie, uno en el ocaso de su carrera (Figo) y otro en el inicio de su leyenda (Cristiano Ronaldo). Portugal había eliminado a Inglaterra y a Países Bajos y había ido de menos a más en el torneo. Grecia, como de costumbre, tenía la orden de maniatar y desesperar hasta el extremo al rival.
Sorprendentemente Grecia jugó con descaro, si se puede entender como descaro, cambiar su habitual 4-5-1 por un 4-4-2. Adelantó líneas y presionó en medio campo a Portugal. Al igual que en el partido inaugural los lusos no pudieron con los nervios. El partido fue horrible y apenas hubo ocasiones.
El gol fue otra vez a balón parado. Basinas botó un córner y Ricardo y Costinha se hicieron un lío a la hora de despejar. Angelos Charisteas aprovechó la indecisión para cabecear a puerta vacía y poner el 0-1 en el marcador en el minuto 57 de partido. Sin alardes, montados en la épica del estajanovismo, Grecia consiguió la Eurocopa. Rehhagel inculcó a su equipo mentalidad alemana de orden y eficacia y supo (aún no se sabe cómo) esconder sus defectos. Fueron siete partidos en un mes perfecto. Fue inaudito. Los marcajes defensivos individuales fueron pulcros y Kapsis y Dellas parecían la reencarnación de Beckenbauer y Baresi. Grecia fue la selección que menos remató a puerta entre todos los contendientes, pero su calma y su efectividad fue digna de elogio.
Theo Zagorakis fue elegido el mejor jugador del torneo porque había que elegir uno. Sería quinto en la votación del Balón de Oro de ese año. No era un niño. Estaba a punto de retirarse. Es un mito en el ‘poderosísimo’ AEK de Atenas. Fracasó en sus aventuras en el Calcio y en la Premier.
Michalis Kapsis, el tipo que secó a Pauleta, Raúl o Henry, hizo carrera en el Olympiakos y en el Apoel de Nicosia. Dellas, su compañero de zaga, fue apodado ‘el coloso de Rodas’, tuvo un año bueno en la AS Roma y luego se dedicó a deambular por la liga griega. Nikopolis, aquel portero con pinta de funcionario de correos, se convirtió en leyenda del Olympiakos al igual que el correoso Giannakopoulos. Basinas lo fue del Panathinaikos antes de intentar con escaso éxito triunfar en España en las filas del RCD Malllorca. Un pelín mejor le fue a Seitaridis en el Atlético de Madrid. Mucho peor le resultó a Vryzas, delantero titular, que no pasó de Segunda División con el RC Celta.
El hombre con más cartel de los griegos era Angelos Charisteas, el autor de gol de la victoria en la final. Era joven y con más de 1,90 era un delantero ideal para equipos amantes del fútbol directo. Se convirtió en un clásico de la Bundesliga y de la Eredivisie, pero siempre en papeles secundarios y con pobres registros goleadores.
El artífice de semejante atentando contra el buen juego fue el verdadero triunfador de esta historia. Otto Rehhagel es, quizás, el único alemán que tiene barra libre en cualquier chiringuito de playa en Grecia. El ‘Rey Otto’ era un veteranísimo entrenador que cogió las riendas de la selección griega en una suerte de prejubilación para acabar logrando lo imposible.
Fue un verano inolvidable para el estatus social de los griegos. A la alegría colectiva por el triunfo en la Eurocopa se le unió la celebración de los Juegos Olímpicos en Atenas. Grecia, un país en continua crisis, eminentemente occidental pero geográficamente aislado en Oriente, entraba con honores en el siglo XXI. Cuando al año siguiente los griegos se proclamen campeones de Europa en baloncesto (el verdadero deporte rey en tierras helenas) el éxtasis será apoteósico.
“Me da igual que digan que somos defensivos. No puede ser casualidad que hayamos ganado dos veces en un mes a los portugueses (…) Este es un grupo con un espíritu competitivo inigualable y una increíble pasión (…) Sabemos que jugar al contraataque es el único camino a la victoria. En 2004 hubo un milagro. Y un milagro se repite cada 30 años, nada más”. Otto Rehhagel.
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