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A los 20 años de la Copa de Gasol

Una vez se dé por vencido y admita que ante el tiempo no se puede luchar, Pau Gasol pondrá punto final a una carrera legendaria. Se supone que vivirá a caballo entre Barcelona y Los Ángeles, pero será en la ciudad californiana donde tendrá su cuartel general. En numerosas ocasiones ha manifestado que es un enamorado de la cultura norteamericana y es ‘vox populi’ que más pronto que tarde pedirá la nacionalización estadounidense (quizás para evitarse un futuro problema hispanocatalán). El caso es que en estas dos últimas décadas su vida ha estado en los Estados Unidos. Y lo cierto es que antes de comenzar su idilio con la NBA, hasta en tres ocasiones la nación más poderosa del mundo se cruzó en su camino hacía el estrellato ya fuese de una forma o de otra.

La primera de las veces fue en el verano de 1999. Meses antes un imberbe, rubio, y flacucho chico con la cara despedazada por el acné había debutado en la Liga ACB. Ese verano la selección española juvenil disputó en Portugal el Mundial de la categoría alcanzando la hazaña, por entonces alucinante, de vencer a los imbatibles estadounidenses en la final. Gasol era entonces un jugador de relleno, con un potencial inmejorable, pero débil y con notables carencias tácticas. Germán Gabriel, Raúl López o su íntimo amigo Juan Carlos Navarro llevaban la voz cantante de aquella generación.

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Felipe Reyes, Gasol y Navarro

En todo caso aquel verano triunfante hizo que Pau obtuviese el permiso de sus padres para seguir jugando al baloncesto y renunciar a matricularse en la facultad de medicina. La temporada 99/00 fue la primera de Gasol como miembro de derecho en la plantilla del FC Barcelona. Era habitual suplente pero presentaba unas magníficas prestaciones en los pocos minutos de los que disfrutaba. Mantenía una clara fragilidad defensiva, pero partido a partido gozaba con el ataque y aprendía a posicionarse. Aun así a finales de temporada seguía estando detrás de Rentzias y Alston en la rotación aunque, indudablemente, era el favorito de la afición.

Fue entonces cuando Estados Unidos se cruzó por segunda vez en su camino. Esta vez bajo el nombre de Johnny Rogers.

España acudía sin demasiadas expectativas a los Juegos Olímpicos de Sidney. El seleccionador era Lolo Sainz, veterano, de la vieja escuela, no propenso a los artificios. Se decantó por una terna de pívots intimidadores y confió el puesto de ala-pívot a un 4×4 como era Alfonso Reyes. Para rellenar el cupo, como jugador número 12, el clamor nacional era la convocatoria de Pau Gasol. Otros talentos de su generación como Raúl López y Juan Carlos Navarro iban a ser importantes y aunque Pau estaba verde, la opinión generalizada era que la experiencia sería positiva para ese niño de 2,16 al que no se le vislumbraba techo.

Sainz prefirió apostar sobre seguro y llamó como quinto pívot a Johnny Rogers. Nacido en California hacía ya 36 años, Rogers era un interior móvil con buen lanzamiento a 5 metros y que había aterrizado en España en 1988. Por entonces militaba en el Panathinaikos. Sus números eran mejores que los de Gasol pero su convocatoria fue una soberana sorpresa. Llevaba cuatro años nacionalizado pero jamás había sido convocado. Debutó aquel verano con la selección y apenas la mitad de sus 17 años en Europa los pasaría jugando en nuestro país.

El palo para Gasol fue duro, pero lo sería mucho más cuando al empezar la temporada 2000/01 el FC Barcelona contrate a Rony Seikaly. La tercera vez que Estados Unidos se cruzó en su camino antes de su explosión en dirección al estrellato.

Quiso el destino que Seikaly naciese en el Líbano, mas era un estadounidense de tomo y lomo. Conoció España en 1986 cuando formó parte de la selección de Estados Unidos que se proclamó campeona del mundo en tierras hispanas. Después fue número 9 del draft y sostuvo una sólida carrera con medias de 15 puntos y 10 rebotes por partido en una época donde era tan difícil como ahora triunfar en la NBA pero era mucho más complicado jugar. Al Barça llegó con 34 tacos, lastrado por las lesiones pero con vitola de estrella. Con 2 millones de euros de entonces en el bolsillo pasó a ser el jugador mejor pagado del momento.

Seikaly acompañaría a Roberto Dueñas formando un juego interior aterrador. En el banquillo quedaba el electico Efthimios Rentzias, un buen reboteador como Francisco Elson y el veterano Zoran Savic. Gasol tendría que luchar con éste último por arañar unos cuantos minutos en la rotación sabiendo que la experiencia gana en confianza al descaro cuando los nervios hacen su aparición.

Pero la tercera vez que, de una forma u otra, los Estados Unidos hacían aparición en la vida de Gasol su vida iba a dar un vuelco definitivo. Apenas cuatros partidos después de su debut, Seikaly decidió quedarse a pernoctar en Londres tras un partido de la Euroliga y no presentarse al entrenamiento del día siguiente en Barcelona. Aíto García Reneses, hoy entrenador venerado pero entonces técnico criticado por sargento inflexible, lo fulminó al instante. Seikaly dejó Cataluña y acabó su carrera como baloncestista profesional.

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Seikaly. Visto y no visto

—LA COPA DE GASOL—

La opción lógica era colocar a Rentzias junto a Dueñas, pero el ala-pívot griego era un jugador con sangre de horchata que combinaba grandes actuaciones con desconexiones antológicas. Tanto Savic como Elson eran pívots duros y fuertes pero se solapaban con Dueñas. Aíto había sido el primer entrenador que introdujo en España el alero alto cuando convirtió a Andrés Jiménez en un ala-pívot moderno a finales de los 80. Su gusto por el jugador alto capaz de amenazar desde fuera e intimidar debajo del aro le hizo fijarse en Gasol y darle la titularidad apenas un mes después de la fuga de Seikaly.

El resto es historia.

Gasol creció a pasos agigantados. Seguía presentando deficiencias en los tiros libres y en el rebote defensivo, pero su capacidad ofensiva y su comprensión del juego pasaron de la educación primaria a la universitaria en medio año. Fue escogido en el segundo mejor quinteto de la Euroliga disputando apenas seis partidos porque una inoportuna apendicitis le impidió jugar ante el Benetton de Treviso en una sorprendente y temprana eliminación del Barça. En la ACB asombraba su muy respetable 37% en triples con sus 2,16 de altura y con una movilidad para semejante tamaño que en Europa sólo se había visto en Toni Kukoc.

Llegó entonces la Copa del Rey. Un torneo de apenas cuatro días en el que ganas o te vas para casa. En un fin de semana los ocho mejores equipos de España (entre ellos 4 o 5 de los más potentes de Europa) se reúnen ante la atenta mirada de los ojeadores de la NBA. Gasol era el diamante más codiciado y se especulaba con que sería elegido en la primera ronda del draft.

El Barça pasó por encima del Fuenlabrada (98-76) en cuartos con Gasol en modo imperial con 16 puntos y 8 rebotes en apenas 20 minutos. Igual de contundente fue la victoria en semifinales ante el Pamesa Valencia (95-69) aunque más discreta fue la actuación de Pau (13+5). El Barça que empezó la temporada con un exceso de músculo y una clara ausencia de cerebro, había girado 180 grados con un quinteto formado por Jasikevicius, Hawkins (Navarro era su suplente), Karnisovas, Gasol y Dueñas, en el que únicamente este último vivía más de su físico que de su talento.

Pau Gasol fue un cambio total, un avance, un extraterrestre. E.T. como lo bautizó el fallecido Andrés Montes. El primer baloncestista español del siglo XXI. Llevaba varias semanas avisando, pero explotó de forma fugaz antes de cruzar el charco en aquella final de la Copa del Rey ante el Real Madrid.

Meses antes, cuando Barça y Madrid se vieron las caras en partido de Liga, Gasol ya había anotado 20 puntos con 8 rebotes, justo antes de alcanzar la cifra de 23 en un choque de Euroliga. Pero aquel clásico fue ganado de paliza por los catalanes (82-54) por lo que muchos vieron en la estadística un engorde natural producto de los minutos de la basura.

Sabiendo que en altura el Barça era muy superior al Madrid, Aíto se decidió por rotar continuamente a Karnisovas y a Pau Gasol en la posición de 3, lo que en el argot del baloncesto se considera alero alto, un jugador con buena mano en el triple y capaz de percutir en el rebote defensivo y de ataque. El Madrid, entrenado por Sergio Scariolo, contaba con una línea exterior de campanillas con Djordjevic (Raúl López de suplente), Lucio Angulo, Alberto Herreros e Iker Iturbe, pero en el que únicamente Eric Struelens podría ser considerado como un decente jugador interior. Era un equipo notablemente más bajo, en el que Iturbe (1,98 metros) jugaría de 4 y tendría que defender a Gasol (2,16 de altura).

En el citado partido de Liga había sido Alberto Herreros el encargado de emparejarse con Gasol en la posición de alero. Triplista descomunal tras recibir, magnífico saliendo de los bloqueos y lo suficientemente fuerte para postear, Herreros había sido máximo anotador del Mundial de 1998 y era el mejor jugador nacional del momento. Pero Gasol demostró ser lo suficientemente rápido como para aguantar al madridista en el uno contra uno. No perseguía a Herreros, sino que iba por delante de él abriéndose y sorteando rivales para entorpecer las líneas de pase.

Así que Scariolo, sabiendo de su déficit de altura, decidió apretar a media pista e intercambiar diferentes defensas en zona, mientras Iturbe y Milic (un alero esloveno con muelles en los pies) lidiaban con Karnisovas y Gasol de tanto en cuando. El experimento funcionó durante toda la primera parte (31-41) gracias a la sabia labor de dirección de Djordjevic y Raúl López y los puntos de Herreros que hicieron quedar en mal lugar las aptitudes defensivas de Navarro, otro por el que peleaban los ojeadores de la NBA y que quedó muy mal parado tras el torneo.

Llegó el descanso y fue tras la vuelta a la cancha cuando Gasol demostró un dominio pocas veces visto. Sacó del atolladero en el que se vio metido el Barça a medio partido, tiró de todo un equipo en frustración y decidió con una sangre fría “nunca vista desde los tiempos de Drazen Petrovic”, según claudicó Scariolo al término del partido.

Gasol dio un clinic. Recibía en la línea de tres y se llevaba por velocidad a Iturbe y sus 22 centímetros de eje gravitacional a favor. Recibía lejos de los 6,25 metros y anotaba con claridad a pesar de ser el tipo con mayor distancia entre los pies y la cabeza de toda la pista. Después corre zancada tras zancada a toda pista como un prestigiador antes de regalar una asistencia, para acabar su actuación con un mate a una mano ante la cara de un atónito Struelens.

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E.T.

Firmó 25 puntos, 6 rebotes, 3 asistencias y 3 robos en apenas 31 minutos. Ni siquiera falló en la línea de tiros libres con un magnífico 12/14 cuando en temporada regular arrastraba un flojo 65% de efectividad. El FC Barcelona se llevó la Copa (80-77) y Gasol recibió el trofeo de MVP. La entrega gozó de mayor influjo porque quiso el azar que el encargado de realizarla fuese el Rey Juan Carlos I un habitual en la finales coperas que llevan su nombre cuando de fútbol se trataba pero al que pocas veces se le ha visto en una cancha de baloncesto.

Meses más tarde Gasol repetiría MVP y actuación estelar al dejar una estela de grandeza en semifinales ante el Unicaja de Málaga y arrasar al Madrid en la final de la Liga ACB (3-0). Allí, en el tercer y definitivo partido jugado en la capital, Gasol dejó su imagen más icónica antes de dar el salto a la NBA. Con el Madrid cuatro puntos abajo y presionando a toda pista, Gasol pidió el balón y ejerció de base. Superó a Milic, al que le sacaba una cabeza, con un cambio de mano propio de Harlem y se lanzó a recorrer la pista de una punta a otra antes de dar una asistencia. El siglo XXI era una realidad.

A pesar de que Aíto decía que estaba verde para dar el salto a los Estados Unidos, lo cierto es que esas carencias defensivas de las que el técnico hablaba se compensaban con una ambición, una inteligencia y una excelencia ofensiva jamás vista anteriormente. Cuando aquel verano Gasol sea elegido en tercera posición del draft de la NBA las dudas serían enormes, pero el chico que eclosionó en aquella Copa del Rey de febrero de 2001 marchaba a Estados Unidos para no volver.

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